En 1927, Picasso conoce a Marie-Thérèse Walter en la calle. Ella era una joven de diecisiete años que anhelaba ser nadadora profesional; él, un hombre maduro con un gran éxito ya a sus espaldas. Tres años más tarde, en 1930, Picasso compra el castillo de Boisgeloup, donde comienza a trabajar de nuevo en la escultura y tiene espacio suficiente para alojar un taller de grabado. Es a partir de entonces cuando la figura de la muchacha aparecerá repetidamente en su obra, no menos que en los grabados que conforman la Suite Vollard.

En diversas composiciones de 1933, como esta, la joven modelo, presumiblemente Marie-Thérèse, observa la obra finalizada por el artista. Ambos permanecen en reposo durante ese momento de contemplación. El escultor muestra un semblante homérico, viejo pero radiante, mientras arropa con un gesto de dulzura a la mujer. A la plenitud del cuerpo le corresponde la plenitud de la creación y viceversa.