A propósito de Nueva York

F. Javier Rodríguez Barberán

F. Javier Rodríguez Barberán

Berenice Abbott
Canyon: Broadway and Exchange Place, 1936
The Miriam and Ira D. Wallach Division of Art, Prints and Photographs, Photography Collection. The New York Public Library, Astor, Lenox and Tilden Foundations
© Getty Images / Berenice Abbott

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El contraste entre el título y la imagen nos sume en una cierta perplejidad: Berenice Abbott rotula la obra como Canyon (Cañón), y allá donde esperaríamos encontrar paredes escarpadas sin apenas vegetación y un paisaje esculpido durante milenios por la paciente erosión del agua, como aquellos que retrataba por la misma época Ansel Adams, surge algo muy distinto. Este paisaje de la fotografía es completamente artificial, y su cronología no tiene nada que ver con esos cañones naturales: han bastado unos pocos años para que el hombre haya podido construir los edificios que se alzan hacia el cielo, con poderosas verticales que contrastan con el pasaje que comunica, como un puente, dos de los rascacielos. El punto de vista alimenta la metáfora: podemos imaginarnos las expresiones de quienes, como la artista, levantan los ojos y observan admirados la maravillosa transmutación de Manhattan en las inmensidades de Utah o Arizona.

Nueva York es un hito clave en la creación del paisaje cultural del siglo XX y el proyecto que Abbott concreta en su libro Changing New York muestra un fascinante caleidoscopio de la metrópolis. Sabe dialogar con sus contemporáneos y se proyecta hacia nosotros. Cuando vemos los edificios en construcción es hermoso ponerlos en paralelo a las imágenes cotidianas pero también épicas de Lewis Hine. La ciudad y sus gentes rompen con la división entre el escenario y los actores, llenando los encuadres de historias que la literatura y especialmente el cine han hecho familiares a quienes en muchos casos no han estado allí: porque Nueva York es también –o quizás sobre todo- un territorio filmado, desde King Vidor hasta Allen o Scorsese.

Quizás esta condición tan diversa respecto al mundo europeo es la que Abbott sabe retratar a la perfección. Porque ella, que ha cruzado el Atlántico y ha vuelto, es consciente de que Manhattan no es París y de que su obra no podrá ser nunca como la de su admirado Eugène Atget. En Nueva York se está definiendo lo que varias décadas después el arquitecto Rem Koolhaas llamará la “cultura de la congestión” , el “manhattanismo” como ideología, hecho de una trama densa donde las arquitecturas se alzan hasta perderse en el cielo y las historias se cruzan. Sin embargo, es hermoso perderse en las fotografías donde esa densidad no es edificatoria, sino de signos: rótulos que llenan las aceras, escaparates y tiendas repletos de carteles y productos… De un modo sincero, Atget –otra vez…- y Walker Evans parecen darse la mano en la obra de Berenice Abbott, quien compone así un retrato que seguro dejará huella en los visitantes. A lo mejor hasta les acompaña a la puerta de la sala el rumor de una vieja melodía, porque como escribió Cole Porter: I happen to like New York (“Da la casualidad de que me gusta Nueva York”).

F. Javier Rodríguez Barberán es profesor titular de la E.T.S. de Arquitectura de Sevilla.