Foto. Matón. La niña sin cara

Marta Sanz

Fotomatón, 1995-1997

Mathieu Pernot
Fotomatón, 1995-1997
Centre Pompidou, Paris. Musée national d’art moderne – Centre de création industrielle
© Mathieu Pernot

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En esta parte del planeta, los fotomatones se convirtieron hace mucho en divertimento vintage. Tras la farra, un apretadísimo grupo queda retratado con los ojos rojos por el flas. Alquilamos fotomatones para las bodas. Aún hoy, algunas veces, ante un ojo anónimo, posamos con la compostura requerida por los documentos oficiales: DNI, pasaporte, carné de la piscina. La pose tiene que ser buena. Esa cara te va a acompañar durante mucho tiempo. Ahora tuneamos imágenes y contamos con mecanismos de identificación sofisticados: huella dactilar en el teléfono, lectura –ni médica ni mágica– del iris. Ahora me hago fotos en tiendas descatalogadas –como cabinas telefónicas, despertadores…– que aún practican subrepticiamente el revelado en blanco y negro. Tiendas que ya solo pueden ser regentadas por asesinos de película (perdón, perdón).

La nostalgia no procede ante una niña que no sonríe para la foto. Se niega a ser identificada. Su identificación no conducirá a nada bueno. O quizá siente vergüenza de su cara. De lo que nuestra desatención le ha hecho a su cara. Entre las greñas, encima del vestido raído, detrás de las sucias manos que se estiran, con crispación de concertina, para tapar la mayor superficie posible del rostro, se esconderán: legañas, calenturas, pupas en la boca, una costra que a las pobras nunca se les va y que engorda cada vez que les hurtamos la mirada. Esta niña es ajena a toda vanidad. Aunque, tal vez, nos roba su belleza. Tras el enrejado de las falanges: piel sin mácula, el espectáculo de la infancia deslumbradora en cualquier parte, la ira y la dulzura simultáneas transformadas en el brillo de los ojos. La niña no hace regalos. Le asusta la mirada prejuiciosa y una palabra. Foto. Matón. Fotomatón. La niña, en mi interpretación de su retrato, piensa en español y ha encontrado las razones del desleimiento de los rostros en el Blues castellano de Antonio Gamoneda.

La niña aprieta las rejas de los dedos por: el robo de una vida a través de una imagen. La impudicia de mostrar lo que no nos pertenece. La ausencia fosilizada.

Y, sin embargo, tenemos la necesidad política de no guardar ciertos secretos. La imagen mata y vivifica. Foto. Matón. Aunque en matón descanse la palabra «automate». Ya no importa. Acaso la palabra, por fin, haya encontrado su sentido: puede que la niña sepa que también se mata con rifles y con drones automáticos.

Marta Sanz es escritora.