La foto de Lee Friedlander / Paul Klee
Roser Amills
Lee Friedlander
Haverstraw, Nueva York,1966
Cortesía del artista y de Fraenkel Gallery, San Francisco
© Lee Friedlander, cortesía de Fraenkel Gallery, San Francisco
El protagonista no es este conductor que mira al frente. Tampoco el retrovisor vuelto hacia él para condenarle a recordar lo que deja atrás.
Hay siempre dos grandes protagonistas en cada foto: el fotógrafo y el espectador. Él. Nosotros. Aupados sobre la Leica alemana o la sueca Hasselblad de Lee Friedlander.
— Ah, Paul Khele.
Walter Benjamin escucha a Dora Sophie Kellner interrumpir nuestro recuento de personajes para rebautizar a Lee Friedlander.
— Mi padre conoció bien a su familia en Múnich, Walter. No entiendo que haya cambiado su apellido por Klee.
— ¿A qué viene eso, Dora?
Khele es un apellido judío. Ella suele dividir entre los que son judíos y los que no.
— Voy a hacer una revista por suscripciones que se titulará como ese cuadro que me gusta de Klee, el Angelus Novus —divaga Walter.
— ¿Para qué, querido?
— Si funciona…
Busco el cuadro y lo comparo con la foto. Dora tiene razón.
En la revista van a colaborar sus amigos Ernst Bloch, filósofo casi místico, y Gershom Scholem, responsable de sus estudios de cábala. Convertir un retrovisor en las alas enredadas de un ángel o en las páginas enredadas de amigos de una revista. Ojos desmesuradamente abiertos, boca abierta y alas extendidas. Un cuadro extraño, inquietante. Plasmarlo en la revista, conducirlo. Un ángel/coche a punto de alejarse de lo que lo tiene pasmado y fuera del coche de esta foto también sopla un huracán que nos impulsa —a nosotros, al fotógrafo, al ángel, a Walter— tan fuerte que ya no podemos cerrar las alas y divagamos.
No hay un antes y el antes lo es todo. Esas charlas de la cábala de la que hablaba con Dora cuando eran novios y amables el uno con el otro, hace tanto. También el conductor huye de una esposa y de remolinos de copos de nieve, de una carretera colapsada, del sentido del cuadro y de la foto y de las ideas, Walter ha planificado el contenido de la revista para el próximo año y medio. Inútilmente.
Fracasará de inmediato y, en invierno de 1921, él y Dora estarán arruinados y a punto de divorciarse. Ella se enamorará de un colega, Ernst Schoen, y Benjamin se hará discretas ilusiones con la joven escultora Jula Cohn, novia oficial de Schoen… ¿Cuánto valor se necesita para conducir el destino? ¿O bastaría con quedarnos sentados?
Roser Amills es escritora y periodista.