Naturaleza empoderada
Silvia Colomé
Lee Friedlander
Nueva York, París, 2011
Cortesía del artista y de Fraenkel Gallery, San Francisco
© Lee Friedlander, cortesía de Fraenkel Gallery, San Francisco
Nueva York. Hace unos diez años, aunque podría ser hoy. Aquí. En cualquier lugar. Un paisaje social cotidiano, vigente. Uno más de los muchos que Lee Friedlander ha documentado a lo largo de su dilatada trayectoria como fotógrafo. Él estaba allí y parece que quiera dejar constancia de su presencia en el juego de reflejos que tanto le gustan. Juegos. Espíritu juguetón que no se limita a congelar momentos. Retrata metáforas, ironías de la vida. Y nos invita a una partida que empieza en este preciso instante, cuando nuestros ojos se adentran en un pedacito de mundo, suyo y nuestro. Simple y complejo a la vez. Todo es lo que parece, pero no solamente. La tienda de un escaparate en la calle. Un maniquí y un fresco vestido de verano en pleno invierno. Misión cumplida. Pero seguimos observando. El cuerpo guillotinado por un edificio de seis plantas rebrota. Cabeza de ramas. Mujer árbol. La naturaleza que siempre reaparece cuando le permitimos respirar.
Y del imaginario se escucha un nombre. Lejano. Que se acerca. Sakura. Como hace un tiempo legendario se acercó al joven Yohiro en un bosque frondoso lleno de copas verdes. Las hojas vestían de belleza y dignidad todos los árboles menos uno, incapaz de florecer. Un hada se apiadó y le ofreció la oportunidad de transformarse en hombre durante veinte años. Pensaba que los sentimientos humanos le ayudarían a despertar. Cuando ya pensaba que no lo conseguiría, Yohiro encontró a Sakura. Amor intenso. Y breve. Él volvió a convertirse en árbol y ella se resistió a perderlo, abrazándose fuertemente a su tronco. El cuerpo de mujer se fundió en la corteza seca. Y el milagro sucedió. Del amor florecieron unas pequeñas flores blancas, las del cerezo. Tan blancas y pequeñas como las del vestido del maniquí, una Sakura neoyorquina. Seis relojes nos señalan que falta poco para las dos, pero, en realidad, son las diez y diez. El juego parece que nunca termine. Quizá todavía haya tiempo o sea demasiado tarde.
Silvia Colomé es escritora y periodista.