¿Qué es el ciberacoso o ciberbullying? ¿Qué factores lo favorecen?

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Seguro que últimamente en alguna ocasión has oído hablar del ciberacoso o ciberbullying. Y es que según datos publicados en 2019 por UNICEF, en España, al menos dos estudiantes de cada clase sufren acoso escolar o violencia por Internet. Uno de cada cinco niños y una de cada siete niñas de entre 12 y 16 años están implicados en algún caso de ciberacoso.

El bullying o acoso escolar es el acto de humillar, agredir, insultar, aislar o chantajear a un compañero de forma intencionada y repetida en el tiempo. Cuando ese acoso se produce a través de las redes sociales o utilizando las tecnologías de la información y comunicación, le llamamos ciberacoso o ciberbullying.

¿En qué se diferencia del acoso tradicional? La gran diferencia es que el acoso puede producirse a cualquier hora y cualquier día (24/7) y en cualquier lugar; eso hace que la víctima no descanse nunca. Además, el acoso se multiplica ya que puede verlo mucha más gente, dependiendo del número de contactos que tengan víctima y agresor, y se expande más rápido y exponencialmente, ya que cada usuario puede compartirlo con todos sus contactos a la vez. Otro factor agravante del ciberbullying es que tarda más en olvidarse y, además, en muchas ocasiones lo que se sube a Internet es difícil de borrar, por lo que funciona como un recordatorio constante.

Hay una serie de factores que favorecen el aumento de este tipo de acoso:

  • La creencia de que Internet es anónimo y la identificación es improbable. Sin embargo, como ya se ha dicho, la dirección IP permite identificar al usuario de Internet, luego la denuncia es posible.
  • La imposibilidad de que el agresor desarrolle conductas empáticas hacia la víctima, al no poder ver las reacciones emocionales que su abuso genera.
  • La desinhibición, favorecida por la falta de contacto físico, que provoca que el acosador se atreva a hacer comentarios que normalmente no diría cara a cara.
  • La fácil accesibilidad a las TIC. Requiere muy poco esfuerzo y se puede hacer desde cualquier lugar.

El informe Violencia Viral publicado por Save The Children, a través de una encuesta realizada en 2019 a 400 jóvenes entre 18 y 20 años de toda España, muestra que el 40% de los encuestados afirmaba sufrir por primera vez un episodio de ciberacoso entre los 8 y los 9 años, afectando en mayor medida a las niñas que a los niños. Además, en el 45,8% de los casos, el agresor o agresora pertenecía al centro escolar o era amiga de la víctima.

Y ¿quiénes son los agresores? Se denomina troll a aquella persona que publica contenido en una comunidad virtual con la intención de generar polémica, crear un conflicto, provocar o, simplemente, llamar la atención. Su objetivo es entretenerse y ser gracioso. Acostumbra a buscar reconocimiento a través de memes y su intención es viralizar sus creaciones y conseguir el mayor número de likes posibles. Otro tipo es el hater, una persona que busca herir con sus comentarios y disfruta haciendo daño a sus víctimas.

Las acciones de estos agresores tienen graves consecuencias en las víctimas, que tienen mucho que ver con el tiempo al que se vean expuestas al acoso. Cuanto más tiempo, los daños a nivel emocional, físico y social pueden ser cada vez más graves, llegando a ataques de ansiedad, depresión, problemas de autoestima y aislamiento.

Es importante estar atentos a los síntomas que puede mostrar un menor que sufre ciberacoso. Entre los síntomas físicos se encuentran dolores de cabeza o dolores de estómago, falta de sueño y mal descanso, así como insomnio, sedentarismo, pérdida del apetito o abuso en la comida, autolesiones o intentos de suicidio e inhibición de la voluntad.

Entre los síntomas psicológicos destacan la falta de concentración en otras tareas, ansiedad, estrés y otros tipos de emociones negativas, alteraciones del estado de ánimo, tristeza y/o apatía e indiferencia y pensamientos suicidas.

También las relaciones sociales se ven afectadas. Es habitual que la víctima presente una bajada del rendimiento académico, cambios en las relaciones sociales con los amigos y con la escuela, poco contacto familiar y cambio en la conducta, presentando conductas de introversión y aislamiento y, en ocasiones, conductas agresivas o peligrosas.

Para evitar tanto sufrimiento a la víctima, es esencial que los “observadores”, es decir, los alumnos que están alrededor de ella, que saben lo que le está pasando, actúen. En muchas ocasiones, los observadores no hacen nada por razones que van, desde la creencia de que a la víctima no le afecta, hasta el miedo de que les ocurra lo mismo y que el agresor se vuelva en contra de ellos, o que se les considere “chivatos”.  Si se conoce una situación de acoso hay que comentarlo con un adulto. El silencio hace cómplices.