Una tarde en Berlín retrata el interior de una casa burguesa à la mode, con obras de vanguardia en las paredes e incluso un ídolo africano, elementos que contrastan con lo convencional del mobiliario y de la forma de vestir de los personajes.

Mientras una pareja baila al son del receptor de radio, la otra contempla sus evoluciones desde el sofá: el rostro de solicitación erótica del hombre, la transparencia insinuante del vestido de la mujer, con su espalda dominada por la mano masculina. Grosz los presenta como criaturas caricaturescas, ridículas, especialmente al hombre que parece ser el anfitrión, con el cigarro que simboliza su inhibición sexual y los pies que no le llegan al suelo.

Lo recargado de la decoración y la composición en planos inclinados provocan una sensación de desasosiego, más allá de la deformación de las figuras y de la deliberada comicidad. De esta manera, Grosz transciende la simple caricatura para crear una obra de arte intemporal.