Nicholas Nixon empieza a fotografiar a su hijo Sam desde su nacimiento, en 1983. Las fotografías de Sam, junto a las de su hija Clementine y su mujer, Bebe, componen la serie Family Pictures (1991). En ella se nos hace partícipes de la cotidiana intimidad de la familia desde una mirada que busca la cercanía física, presa de admiración por los cuerpos de los seres queridos. Como dice el propio Nixon sobre este trabajo, la piel de esos cuerpos parece siempre cambiante, propia de criaturas maravillosas. La perspectiva del fotógrafo transmite, gracias a la atención a las cualidades sensibles de la imagen, un concepto de familia que se describe precisamente por la familiaridad de esos cuerpos, por su capacidad de generar afectos, de emocionarnos.

La cámara de Nixon encuentra en este ámbito íntimo de la familia un espacio privilegiado para explorar algunos de sus motivos predilectos: el paso del tiempo y su modulación de los cuerpos, así como la atención a la riqueza material de la imagen, de la que logra obtener cualidades táctiles. Una atención a la imagen y, en particular, a la impresión fotográfica que puede remontarse a un día de 1969 en que, según refiere el propio autor, descubre en una impresión de Walker Evans la riqueza y la voluptuosa fuerza descriptiva de la imagen fotográfica.