Cuando John Gutmann llega a San Francisco en 1933, se encuentra con un contexto diferente al que había dejado atrás en Berlín. Desde el punto de vista artístico, el desembarco en la modesta vida cultural de la San Francisco de los años treinta supuso un liberador alejamiento del intenso pulso de la vanguardia artística berlinesa. Pero, sobre todo, es la diversa, rica y sorprendente realidad norteamericana lo que cautiva su mirada y se convierte en el revulsivo que alimenta la pulsión de su cámara. En 1936, año en que se incorpora como profesor en el San Francisco State College, realiza un largo viaje por distintos rincones del país. En contraste con la creciente homogeneización de la realidad alemana, el estilo de vida estadounidense —con sus anhelos, sus sombras, sus disidencias— encarna a lo largo del extenso y variado territorio del país un tipo de experiencia de la modernidad vigorosamente heterogénea.

La mirada de Gutmann es la del extranjero asombrado para el cual lo maravilloso se aloja en los detalles cotidianos, sobre todo en las múltiples formas de la cultura popular: desde el jazz a los automóviles o los carteles publicitarios. Pero, más allá de su extranjería, esta capacidad para devolver una mirada sobre lo ordinario bajo el signo de lo maravilloso es uno de los rasgos principales de una poética del extrañamiento propia de la vanguardia.