Tras dos grandes retrospectivas de su obra en 1996 —Graciela Iturbide: la forma y la memoria, en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, y Graciela Iturbide: Images of the Spirit, en el Philadelphia Museum of Art—, el trabajo de la fotógrafa parece querer discurrir por nuevos caminos. En sus fotografías de finales de los noventa, la figura humana es desalojada casi enteramente por el paisaje, que suele aparecer desnudo bajo una mirada que da cabida a otra temporalidad, más contemplativa, y en la que prevalece una sensación de soledad.

En 1999 organiza, en el Museo Carrillo Gil de México, la exposición Cuaderno de viaje, que recoge imágenes tomadas por el sur de Estados Unidos en un viaje junto al poeta Roberto Tejada y en otro anterior. Estas fotografías manifiestan su búsqueda en las zonas rurales, alejadas del imaginario metropolitano con que se asocia al país vecino. Se suceden espacios abiertos, enormes, en los que se hace presente la huella del hombre, fútil en la desolada inmensidad. Frente a sus trabajos previos, sorprenden las extensiones, la quietud y el silencio. En Paisaje, el blanco y negro acentúa los contrastes y articula las dualidades que cierran la composición: cielo y tierra, luz y sombra. En el centro se yergue un cúmulo de paja, la materialización del trabajo realizado, del pasado en remanso que espera su futuro.