La música pintada del intérprete de los metales

Antonio Lucas

El beso I, 1930

Julio González
El beso I, 1930
Staatsgalerie Stuttgart, préstamo de los Amigos de la Staatsgalerie Stuttgart, 1991 e.V. GVLP 1702
Foto © 2022, Photo Sacala, Florence/bpk, Bildagentur fuer Kunst, Kultur und Geschichte, Berlin

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​Antes de llegar a lo esencial, el escultor catalán Julio González exploró lo primigenio: el carbón, el fuego, el hierro incandescente en el milagro de la fragua, la ductilidad del metal al rojo vivo. En el taller familiar de forja y orfebrería descubrió el idioma inexacto de la materia. Las posibilidades de lo desechable. La majestad de la escoria al ser purificada en forma nueva. La escultura contemporánea echa a andar cuando Julio González desaloja de sí un nuevo idioma para el arte. Un trabajo que empieza en el papel, en el dibujo, hasta desintegrarse en la atmósfera con la voluntad decisiva de hacer asombro de lo imprevisto, de la línea seca forma nueva, de la acumulación un desafío al que nadie se había atrevido antes fuera de la artesanía. Es su particular poética del espacio, cómplice con lo que años después desarrolla el filósofo Gaston Bachelard en un libro vibrante: La poética del espacio.

Julio González acumuló sabiduría antes de mudarse a París en 1900. El mismo año en que llegó su amigo Picasso. Llegó con el afán de modular líneas sutiles, y encrespar superficies, y un surco de talante trágico, y el hambre de hacer del hierro algo insólito, y el afán de dibujar el grito. No la expresión del grito, sino el grito mismo. El aire que contiene. El temblor y el trastorno que lo empuja. Pero Julio González también obliga a recordar las cosas que sabemos. Lo que hemos probado. Lo que está al fondo del instinto o del deseo. Aquí tenemos El beso I, pieza de madurez (1930). Un juego de planos de chapa cortados a cizalla dejando al aire el nudo de las soldaduras, la posibilidad de lo imprevisto, este licor de metales muy concentrado con los que hacer dibujo en el aire. El beso I es una revelación más allá de su evidencia. Este beso de perfecta aleación entre los amantes. Este gesto de encrucijada y de pasión, de labios, de vacío transformado en ceremonia.

Podría ser que antes de Julio González no hubiese nada. Quiero decir: nada que anunciase la razón que traía Julio González para la vanguardia. Él estrena el espacio como algo por vulnerar, por definir, el volumen, la poética de las formas. Y lo hace desde las raíces del fuego. Del metal. Del agua que templa. De la tierra que afianza. El beso I es la conjunción de casi todo lo que este artista trae entre su pena azul y su delgada esperanza. El beso I es la música pintada del intérprete de los metales.

Antonio Lucas es poeta y periodista.