Yo es otra

María Santoyo

Autorretrato con Leica [Self-portrait with Leica], 1931

Ilse Bing
Autorretrato con Leica [Self-portrait with Leica], 1931
Colección de Michael Mattis y Judith Hochberg, Nueva York
© Estate of Ilse Bing. Photograph: Jeffrey Sturges

El 7 de enero de 1839, el astrónomo, físico y matemático François Arago presentó el daguerrotipo ante la Academia de Ciencias de París y demostró que el mundo visible podía fijarse en un soporte imperecedero. Ante el advenimiento del primer medio masivo de representación, se auguró la «democratización del arte». Charles Baudelaire estaba horrorizado: «la sociedad inmunda se precipitó, como un solo Narciso, a contemplar su trivial imagen sobre el metal. Una locura, un fanatismo extraordinario se apoderó de todos esos nuevos adoradores del sol». Un grabado de la época titulado La daguerrotipomanía da la razón al poeta y nos sitúa frente al origen indecoroso de la fotografía (hermanada desde su nacimiento con la subcultura del selfie). Ese mismo verano de 1839, un joven estudiante recibió un premio por una composición en verso latino dedicada al daguerrotipo, al que denominó speculum memor, espejo con memoria. La fotografía se ha asociado desde entonces con esta metáfora.

Lewis Carroll fue fotógrafo aficionado además de escritor especular (muy condicionado en sus intereses por la dislexia que padecía). En su segundo libro de Alicia, se hizo cargo de nuestro miedo atávico por el doppelgänger que puede estar reflejando un espejo, anticipo del vampiro que pudiera estar invisibilizando. Poder ser otro —«jugar a ser», decía la protagonista del relato infantil— es la antesala de toda creación: divina, prometeica o monstruosa. El monstruo de Carroll era una niña-vamp; una idea inconfesable, aberrante, que hoy nos mira de soslayo en los retratos fotográficos de Alice Liddell.

La fotografía es un espejo complejo, y cuando su mecanismo se hace visible nos vemos atrapados en un Callejón del Gato. Ilse Bing se retrató casi un siglo después del nacimiento de la foto. La auto-representación se asentaba entonces como una forma de expresión y validación artística poderosa para muchas mujeres. Otras neue frau como Lotte Jacobi, Germaine Krull o Marianne Breslauer también se autorretrataron en algún momento con sus cámaras, en un ejercicio que era a la vez vanguardia y autoafirmación.

Observen el retrato de Ilse Bing porque nada es lo que parece. Su figura transita entre el espejo fuera de campo, el espejo interno de la Leica y el espejo que ve el espectador. Ese rebote nos desconcierta: no ubicamos el centro de la composición, ni el verdadero sujeto representado. En la imagen hay tres ojos; dos nos miran, pero uno no es humano. Ilse juega a ser su doble, a ser otra tal vez. Es una mujer simultánea. Son dos mujeres. Es una mujer con su cámara. En realidad, es el autorretrato de una cámara. Esa máquina que nos mira es la sonrisa que permanece cuando el gato ya no está: es el espejo que recuerda a Ilse, y que nos recuerda que ella fue fotógrafa.