Santuario de furias

Roberta Quance

Sanctuary of Furies (Santuario de Furias), 1974

Leonora Carrington
Sanctuary of Furies (Santuario de Furias), 1974
Colección particular. Cortesía ARTVIA
©
Estate of Leonora Carrington / VEGAP, Madrid, 2023 Photo © David Stjernholm / @david_stjernholm

Esta obra de 1974 pertenece al mismo período que el cartel Mujeres conciencia. Si este se ocupaba del personaje de Eva, aquí en cambio Carrington evoca la mitología griega, repleta de figuras femeninas fúnebres. En el rincón superior izquierdo se lee: erinys (erinias, o furias). Y debajo una advertencia: «Keep out» (Prohibida la entrada), en un inglés coloquial, como para el letrero de una finca vigilada por un mastín. Luego una explicación: Atropos, la parca que corta el hilo de la vida, «está trabajando».

Las erinias tienen un abolengo que remite al ciclo trágico de Esquilo, La Orestíada, y a la reivindicación del derecho materno o Mutterrecht (véase Annunziata Rossi, «J.J. Bachofen y el retorno de las Madres»). Eran antiguas diosas ctónicas, del seno de la tierra, llamadas a defender un arcaico régimen de justicia. Orestes mató a su madre Clitemnestra por traicionar a su padre Agamenón. Y las furias clamaban venganza. ¿Acaso ya no era sagrado el origen en el vientre de una mujer?  Bachofen veía en este ataque un agravio contra el antiguo derecho materno: cuando a Orestes le perdona un tribunal ateniense, se instaura el patriarcado.

En el cuadro, la extraña figura femenina calva, con el abdomen como un crisol, y que posa en una sola pata (tiene patas de pájaro, como las sirenas), podría ser una erinia. Pero ya no es terrible ni es doncella. Lleva una especie de aureola como si fuera icono de un culto desconocido.

En el santuario hay trofeos de un viejo poder emanado de la Tierra del que las sirenas también participaban.  Ahí está el barco de Ulises, con un hombre ahorcado y el héroe atado al mástil, para no dejarse llevar por el canto de los pájaros que revolotean a su alrededor. Una araña, plantada sobre el arco de la puerta, no teje, pero recuerda a las Moiras, que hilan, miden y cortan la vida. Avezada cazadora, colecciona cabelleras. 

Los griegos acaban asimilando las erinias al nuevo régimen patriarcal. Tras su derrota, en nombre de Apolo y Atenea, se las conoce como Euménides, divinidades bienhechoras que hacen brotar de las negras entrañas de la Tierra la vida y el sustento. Pero aquí parece que solo practican sus malas artes. Un trasgo de rostro marciano absorto en la cocción de un pez humanoide —un alquimista en la cocina (Susan Aberth)— se ríe entre contento y malicioso. Su aureola de humo también señala su vínculo con un más allá.

Roberta Quance es hispanista, escritora y traductora, especialista en Poesía, Literatura del siglo XX y Estudios de Género. Autora de libros como Mujer o árbol: mitología y modernidad en el arte y la literatura de nuestro tiempo o In the Light of Contradiction: Desire in the Poetry of Federico Garcia Lorca.