El fin del mundo es azul

Luna Miguel

Luna Miguel

Carlos Pérez Siquier
S/T 1965
©
 Carlos Pérez Siquier

Ahora que el mundo está a punto de acabarse —o eso dicen los filósofos modernos, los medios de comunicación colmados de virus, colmados de protestas, colmados de plásticos o de políticos insensatos que prefieren el odio a la reconciliación— no puedo quitarme de la cabeza las grietas azules de Carlos Pérez Siquier. Porque si el mundo se acaba, ¿qué quedará de nosotros más allá de una pared destintada?

Esta imagen concreta (sin título, 1965) forma parte de una colección de paredes marcadas por el paso del tiempo y de la vida, que el fotógrafo almeriense ha recopilado durante décadas como si fueran cachos de piel. Grietas que merecen todo el color —no en vano Pérez Siquier siempre recuerda cómo Martin Parr lo expuso en Nueva York como uno de los pioneros del color en Europa— porque son el símbolo de los pueblos y de las ciudades mediterráneas que visitó del centro a las afueras: barrios humildes, casas humildes, la humildad en el color resquebrajado, lo modesto de un azul de óxido, como una inevitable invitación al fin del mundo.

Lo que quiero decir es que si hoy nos preguntaran qué quedará de nosotros cuando no estemos, esta imagen nos podría llevar a imaginar una barriada rota. Pues el fin del mundo es una fachada azul: impensable lo habitado de su interior, sólo es palpable entonces el color descascarillado de su afuera, azul como el mar que crece, azul como el cielo que quema, azul como los cuerpos de piel carnosa-azulada-que-ya-no-respiran.

En su aclamado ensayito literario Bluets, la poeta y filósofa Maggie Nelson recrea una historia propia y ajena —una historia cultural, sí, pero también la narración de una emoción— a través del color azul. Para Nelson, el azul es el color de la literatura, del arte, de la muerte, incluso del amor. Se trata pues del pigmento que lo significa todo: desde el nacimiento —cordón umbilical azulado— hasta la desaparición —las paredes muertas de Carlos Pérez Siquier— pasando por lo que el se humano hace entre medias de esos dos estados de vida y muerte: el arte. Maggie Nelson hace un árbol genealógico de poetas que escribieron en azul, y también escribe su ensayo, dice, en un cuaderno con tinta azul. Y entonces yo me imagino de qué manera Nelson habría vibrado al ver esta pared y su azulidad —si una palabra no existe, se inventa— de la periferia almeriense. Pues en la obra de Carlos Pérez Siquier la periferia es el centro, igual que en la poesía de Nelson el color es algo más que un tono: tal vez una forma de existencia, un corazón: «suponed que empezara diciendo que me he enamorado de un color».

Entonces, ¿qué quedará de nosotros cuando no estemos? ¿Qué latirá cuando el corazón se detenga? ¿Alguien tocará esas paredes con las manos para comprobar el origen de su grieta? Quien mira el primero, mira mejor.

Luna Miguel es escritora. Actualmente trabaja como editora en Barcelona.