Atreverse a parar

Cristina Hermoso de Mendoza

Pescadora valenciana con cestos, 1916

Joaquín Sorolla
Pescadora valenciana con cestos, 1916
Colección Abelló. © Imagen: Joaquín Cortés

Una mujer trabajadora se atreve a hacer algo tan transgresor en nuestro tiempo como parar, hacer una pausa, detenerse. Era 1916 cuando Joaquín Sorolla retrató a esta Pescadora valenciana con cestos. Un siglo después, la universidad de Harvard publicó un célebre estudio en la revista Sciencie titulado A Wandering Mind is an Unhappy Mind (Una mente errante es una mente infeliz). Sus datos demostraban algo que ciertas culturas ya llevaban milenios advirtiendo: la felicidad se encuentra en vivir el presente, en conseguir estar centrados en el aquí y el ahora.

Me imagino a esta pescadora intentando hacer un alto en el camino, respirando, siendo consciente de dónde está. Sorolla era un gran observador de las mujeres y en ese rostro ambiguo muchas nos podemos reconocer. A su lado, se sitúan los cestos que bien podrían ser los smartphones de nuestro tiempo.

El escenario de este instante es crucial. Como millones de seres humanos, esta mujer reflexiona junto al mar. Ese Mediterráneo que acuna los incontables anhelos que hemos volcado en él. Perder la vista en el horizonte, sentir la brisa marina y buscar, en el vaivén de las olas, consuelo y esperanza.

Descubro, curiosamente, que el maestro Sorolla materializó esta obra en un contexto no muy diferente al de la humilde pescadora. Él también necesitaba un alto en el camino, un descanso del encargo de la Hispanic Society of America en Nueva York, que le había encomendado la inmensa obra Visión de España (compuesta por 14 paneles). Así que el artista se refugió en su tierra y decidió entregarse a lo que le reconfortaba el alma; por eso volvió a pintar su querido mar y escenas relacionadas con él, como esta paisana pescadora. La madurez le marcaba otro ritmo, el de saborear lo que nos hace bien, el de disfrutar del presente sin esa ansia de la juventud que perseguía un éxito ahora ya alcanzado. Sorolla paladeó uno de los últimos veranos de su vida. Era 1916 y presiento que él ya sabía lo que años más tarde certificaría Harvard.