Un viejo problema que necesita algo más que una vacuna

A medida que la población de personas mayores se dispara en todo el mundo, estos se encuentran en la encrucijada entre dos pandemias: la COVID-19 y la soledad

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Mientras los países luchan por hacer frente a la última variante de la pandemia, así como a los distintos niveles de restricción, seguimos enfrentándonos, no solo al virus en sí, sino cada vez más a sus daños colaterales. Uno de las consecuencias más significativas ha sido el aumento de la soledad, especialmente entre las personas mayores.

A medida que la población de personas mayores se dispara en todo el mundo, estos se encuentran en la encrucijada entre dos pandemias: la COVID-19 y la soledad; un huracán entre fuego cruzado, si es que alguna vez lo hubo. Una de ellas ahora es mortal, la otra es una amenaza que se cuaja lentamente, también con consecuencias devastadoras. Incluso antes de la aparición de la COVID, estábamos viendo una preocupante escalada de soledad y aislamiento entre las personas mayores. Según el Instituto Milken para el Envejecimiento de EE. UU., más de uno de cada cuatro adultos de entre 50 y 80 años indicó que se sentía solo incluso antes de la pandemia. Una investigación similar realizada por la Universidad de California antes de la pandemia demostró que el 43% de los adultos mayores de 65 años se sienten solos con regularidad, lo cual les hace correr un mayor riesgo de padecer problemas de salud. Al obligar a las personas a aislarse aún más, el virus ha provocado una crisis social con consecuencias potencialmente más profundas y de mayor alcance que la propia COVID.

Los efectos de la soledad y el aislamiento crónico son insidiosos, no solo para las propias personas mayores, sino también para sus familias y los servicios públicos. Sus efectos en los ancianos son graves, desde peor condición en materia de salud física y mental hasta la reducción de la resistencia y la movilidad, con el potencial de inducir un deterioro terminal. Se sabe que la soledad aumenta el riesgo de sufrir enfermedades coronarias y accidentes cerebrovasculares, al mismo nivel que fumar más de 15 cigarrillos al día. Las consecuencias para la salud mental son posiblemente más angustiosas: contribuye a la depresión clínica y a la demencia temprana.  En pocas palabras, la soledad en la tercera edad destruye a las personas. Además del coste para las personas, también ejerce una enorme presión sobre los sistemas de salud pública. Un estudio reciente de la Universidad de Stanford para cuantificar el coste de la soledad reveló que, entre los estadounidenses de 65 años o más, el aislamiento social le cuesta al Gobierno de EE. UU. unos 7.000 millones de dólares en gasto sanitario adicional al año. Los investigadores de la London School of Economics han calculado que la soledad crónica en el Reino Unido cuesta 6.000 libras (7.900 dólares) por persona y década de vida de una persona mayor en costes sanitarios y presión sobre los servicios locales.

La tragedia de esta pandemia es que la obligatoriedad del aislamiento, que debía proteger a las personas mayores, ha expuesto a muchas de ellas al duro e implacable filo de la soledad. Para muchos de ellos, que antes llevaban una vida activa y conectada, ha sido una situación completamente desestabilizadora. La soledad es un pozo profundo y oscuro en el que se cae, y del que no es fácil salir. El efecto acumulativo de la falta de contacto social puede hundir a una persona. Para la sociedad no solo es urgente ayudar a las personas a salir de esta situación, sino que, más allá de la pandemia, el objetivo debe ser encontrar formas de evitar que se conviertan en víctimas.

Se necesitan soluciones creativas

Dado que la crisis de la COVID ha aumentado de forma desproporcionada el riesgo de desconexión de las personas mayores, debemos pensar urgentemente en cómo vamos a afrontarla. Se necesitan urgentemente nuevas medidas e intervenciones para crear una sociedad más interconectada y atractiva para los mayores. Necesitamos planes de estímulo social además de los fiscales, con inversión y apoyo a las innovaciones sociales que conecten a las personas mayores y mitiguen y prevengan la soledad entre este grupo demográfico de mayor riesgo. Aunque las líneas de atención telefónica y los servicios de fomento de la amistad están muy bien, necesitamos soluciones valientes y dinámicas en las primeras etapas que empoderen y entusiasmen a los mayores de una manera que no parezca caridad. El concepto de “envejecimiento activo” debe ampliarse al de “envejecimiento atractivo” que engloba la conectividad y da prioridad al bienestar mental y físico de los mayores.  La clave es ofrecer oportunidades de interacción social, una interacción significativa que pueda enriquecer la vida de los mayores con un sentido de pertenencia, disfrute y contribución.

Lamentablemente, gran parte de esto todavía no es posible, pero una cosa que sabemos con certeza es que el reinado de la COVID va a terminar, y pronto. Sin embargo, incluso cuando se supriman las restricciones y la sociedad vuelva a abrirse, muchos mayores tendrán dificultades para recuperarse.  Esta pandemia les ha mermado su confianza debido a la aparición de nuevas preocupaciones que no existían en el pasado. Muchos necesitarán ayuda para volver a salir, para reconectar plenamente con el mundo que les rodea y, lo que es más importante, con los demás. No olvidemos la magnitud del problema de la soledad antes de que nadie oyera hablar de la COVID-19.

Las vacunas por sí solas no serán suficientes para reiniciar y reconectar a los adultos mayores cuyas vidas se han visto mermadas por el aislamiento y la soledad prolongados. Se necesitarán intervenciones creativas para movilizarlos y conectarlos de nuevo después de la pandemia.  Como dijo recientemente el director general y fundador de Encore.org, Marc Freedman: “vamos a tener que ser tan creativos a la hora de juntar a las personas como lo hemos sido a la hora de separarlas”.

Oportunidad

En el relato de “reconstruir mejor” la soledad en la tercera edad es un aspecto que necesita desesperadamente atención. En este problema se esconde, por supuesto, una gran oportunidad.. Los beneficios y las recompensas que se obtienen al afrontarlo de una forma adecuada son potencialmente enormes, en todos los niveles, desde el social hasta el económico. En lenguaje empresarial, el “mercado global al que se puede alcanzar” es enorme y crece rápidamente a medida que la edad media de la sociedad aumenta de forma espectacular. Se calcula que la floreciente “economía plateada” tiene ya un valor de mercado de 15 billones de dólares en todo el mundo, pero recibe una atención deficiente y, en gran medida, está aún sin explotar. Al afrontar los retos mundiales de la soledad y el aislamiento en la tercera edad, las empresas podrían obtener enormes ingresos al tiempo que mejorarían la calidad de vida de las personas a medida que envejecen, logrando así el santo grial del éxito: el doble de beneficios con un valor social real.

Ahora que afrontamos las últimas olas, es el momento de la visión y la ambición. Ahora es el momento de diseñar y construir las soluciones del mañana. Ahora es el momento de que los empresarios, los inversores, las empresas y los gobiernos den un paso adelante y muestren su convicción. Ha llegado el momento de la innovación y el impacto verdaderamente social. Ahora es el momento de crear un mundo que transmite el valor que nuestros mayores se merecen y en el que todos podamos esperar envejecer juntos.

Acerca del autor:
Peter Mangan (Irlanda) es el fundador y director general del Freebird Club, un club social de viajes y alojamiento en casa de personas mayores. El modelo social de Freebird ofrece una nueva forma de viajar para los mayores, un medio para potenciar el valor de sus hogares y una forma divertida de conocer gente nueva y disfrutar de la interacción social y cultural en la tercera edad. El Club Freebird ha ganado varios premios internacionales, como el Concurso de Innovación Social de la Comisión Europea, el Torneo de Innovación Social del Banco Europeo de Inversiones y el Premio a la Sostenibilidad y el Impacto en la Competición Mundial de Startups de Turismo de la Organización Mundial del Turismo en 2019. Este año, Freebird ha sido semifinalista en la cuarta edición de los Premios Fundación MAPFRE a la Innovación Social, impulsados por IE. Peter es licenciado en Bellas Artes y en Ciencias Empresariales por el University College de Dublín, y es Diplomado Ejecutivo en Innovación Social por la Católica-Lisbon School of Business. También es asesor del Concurso de Innovación Social de la Comisión Europea.